La tradición de la Iglesia ha asignado una devoción especial a cada mes del año, y marzo es tradicionalmente el mes dedicado a San José, casto esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia Universal.
En especial, el 19 de marzo es día en que la liturgia celebra con solemnidad el Santo Patriarca, en que la tradición considera que fue el día de su natalicio. En este año de 2023, por caer la festividad en un domingo de cuaresma, la fiesta es transferida para el día 20. Mismo así, no dejará el Santo de atender a las oraciones de todos sus fieles.
Como decía Santa Teresa, “otros santos parece que tienen especial poder para solucionar ciertos problemas. Pero a San José le ha concedido Dios un gran poder para ayudar en todo”.
Ella decía que “durante 40 años, cada año en la fiesta de San José le he pedido alguna gracia o favor especial, y no me ha fallado ni una sola vez. Yo les digo a los que me escuchan que hagan el ensayo de rezar con fe a este gran santo, y verán qué grandes frutos van a conseguir”.
Aprovechemos este mes de marzo para pedir a San José todo, pues con fe conseguiremos lo que otros consiguieron. Veamos algún ejemplo que confirme lo que la grande santa abulense nos propone.
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La niña ha resucitado
Una de las personas más ilustres y devotas de san José, que más han experimentado la eficacia de su patrocinio, fue sin duda alguna Doña María Josefa de Orellana, hija de don Alonso Martín, caballero no menos distinguido por su nobleza que por su piedad. No tenía más que año y medio cuando la niña María Josefa estuvo enferma de un dolor de costado tan agudo, que el mismo día de san José se quedó muerta en los brazos de su madre. Permaneció así tres horas en casa de una tía suya, muerta a juicio de cuantos la rodeaban y del mismo médico que la visitó.
Poco le faltó no muriese también de pena Doña Gertrudis Godínez de Luna, que era su madre. Pero repuesta algún tanto de su primer dolor, pónese de rodillas, y abrazándose con gran fervor a una imagen de san José, pídele que no permita tan gran desgracia en su casa en su mismo día; que le resucite la hija. Promete al Santo celebrarle la fiesta todos los años, haciendo igualmente grandes promesas a Jesús y a María Santísima si le otorgan lo que pide. Dicho y hecho, pronto recibe la alegre noticia de que la niña ha resucitado.
Pero un año después, cogiendo la niña flores a la orilla de un río en el Perú, se cae en el agua y es arrastrada de la corriente un gran trecho. Al advertirle la madre: “¡Jesús, María y José te asistan! exclama; y vos, Santo bendito, ya que la tenéis a vuestro cargo, vos mismo me la daréis sana y buena”.
Sin embargo, la niña no aparecía: la buscaban ya para enterrarla, pues hacía ya más de un cuarto de hora que no la veían, cuando he aquí que la encuentran detenida entre la broza debajo de un puente, llena si, de telarañas, pero perfectamente ilesa. “¿Y quién te ha salvado, hija mía?”, exclama atónita la madre. “Mamá, contestó la niña, un Niño muy lindo me tuvo de la mano, y me asistieron una Señora muy hermosa y un Señor muy venerable, que tenía un ramo de flores en la mano.” Y viendo un cuadro donde estaban pintados Jesús, María y José: “Mire, mamá, dice la niña con mucha viveza, los que me libraron eran como aquellos”. Así es que tanto la madre como la hija y demás miembros de la familia, entre ellos un marqués, celebraron la fiesta de san José con mucha solemnidad todos los años en Lima, y dondequiera que se encontrasen.
San José socorre en toda necesidad
Uno de los asuntos más importantes de la vida es sin duda alguna la elección de estado, pues de su acierto depende casi siempre la felicidad temporal y eterna de las criaturas. San José, socorredor en toda necesidad, no se hace sordo a sus devotos, como lo demuestra el caso presente, escogido entre millares.
Una joven suspiraba por acertar con la elección de estado, y no sabiendo qué resolver, pues por un lado parecía la llamaba el mundo y por otro el Señor, determinó con el consejo de su confesor hacer los Siete Domingos a san José, para conocer con certeza su vocación. No se hizo sordo el Santo bendito, pues tan suavemente la inclinó a seguir la vocación religiosa y deshizo todo lo que parecía le podía atar al mundo, que ella misma no llegaba a comprender tan súbita claridad.
Mas no era esto lo más difícil. Los padres de la joven que mirando como sucede casi siempre, antes a su conveniencia que, a la felicidad temporal y eterna de sus hijos, no quisieron darle su consentimiento de ningún modo para hacerse religiosa: “Cásate, le decían y te daremos buen dote, porque así estarás siempre a nuestro lado”. Pero como cuando es de Dios el llamamiento, si no le resentimos, al fin se vence todo, así sucedió en esta ocasión por intercesión de san José. Hizo otra vez la joven los Siete Domingos, y, antes de concluirlos, el padre de la joven, que era el que más se oponía, estaba, como escribió un devoto josefino, chocho de alegría porque su hija había escogido la mejor parte haciéndose religiosa. Quedaron todos maravillados de tan inesperada mudanza, más no la devota josefina, que agradecida al Santo decía con gracia: “¿Por qué se maravillan? Nombré agente de este negocio a mi padre y señor san José, y él lo había de hacer y lo ha hecho mejor que yo supe encargárselo. ¡Gloria a san José!”
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Estos dos ejemplos encontramos en el libro “El devoto josefino” de San Enrique d’Ossó. Esperemos que tenga sido de auxilio, ánimo y esperanza para todos los devotos del grande San José.
(“El devoto josefino”, San Enrique d Ossó, 1894, in http://enriquedeosso.info/wp-content/uploads/2020/09/37DevotoJosefino1894.pdf– pp. 48-49 y 104)