Halloween, la fiesta siniestra

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Halloween amenaza a la Iglesia

La palabra Halloween viene de una contracción “all hallow’s eve”, que en castellano sería: Víspera de todos los santos. Porque al día siguiente se celebra la fiesta de todos los santos, fiesta católica que homenajea a todas las almas salvadas, esa multitud incontable de bienaventurados que San Juan vio en el Apocalipsis. Es una pena que los propios católicos no seamos capaces de compenetrarnos de esta hermosa realidad, de vivirla con fe, y por ello se nos ha infiltrado una fiesta enteramente pagana, que bajo la apariencia inocente y divertida, está eclipsando la hermosura de nuestra fiesta católica.

Es lo que está sucediendo en nuestra sociedad en muchos de sus aspectos. El mal no ataca directamente, sino que va tergiversando el sentido propio de las cosas buenas para luego acabar haciendo una caricatura… siniestra como es en este caso. A esta fiesta santa se le ha despojado de todo sentido sobrenatural, para luego hacer de ella un carnaval de tintes macabros… y esto diciéndolo con suavidad.

La celebración del Halloween es en cierta medida fruto de la colonización cultural-comercial de los Estados Unidos. Todas las tiendas, bares, lugares de ocio tienen preparados los decorados propios de esta historia para invitar a la gente a consumir. Brujas, fantasmas, zombis… Los niños se disfrazan de todo lo feo, horrible y extraño que se les ocurre. Maquillajes desagradables; vestidos feos, rotos y sucios; máscaras siniestras y espantosas. Es la celebración de lo lúgubre y de lo tenebroso. Se crea un ambiente como si todos quisieran hacer el mal, y ése fuera el día indicado para hacerlo. Y siempre pintado de modo chistoso y atrayente por el cine. Quizás lo peor de todo es cómo hemos aceptado con normalidad todo esto.

Probablemente porque está de moda, y esta “señora” moda es temida y obedecida por la inmensa mayoría con más respeto y acato que el mismo Dios, a quien, por lo general, se ignora y se margina.

Estamos ante una situación muy difícil. El mundo está siendo objeto de una invasión pagana y la presión que se hace sobre los que creen es cada vez es mayor. Nosotros proclamamos constantemente la vida sobrenatural, la luz y la gracia, mientras vemos que en la sociedad de hoy en día se cierra esa hermosa puerta para nadar en el naturalismo, que acaba generando el ateísmo práctico. Y como nadie llena sus deseos innatos de trascendencia con ese horizontalismo sin sentido, cuando se hartan de este mundo cerrado del día a día, recurren a la magia, a una pseudo-mística que les saque de su frustración. Y entonces se cae en la fascinación por lo oculto, que es el camino contrario al que lleva a Dios. Halloween refleja esta triste realidad, es como una evasión de la realidad que acaba cayendo en una cosa mucho peor.

Es difícil soportar la idea de ver celebrarse Halloween en algunos colegios dichos católicos, e incluso en ciertas parroquias, obviando el mal que se hace con eso. Ante hechos así la mayoría calla, pero callarse significa otorgar, y todo esto nubla el mensaje del evangelio.

Los niños, las primeras víctimas

Los niños son siempre las primeras víctimas en casi todo. Sobre todo, víctimas por el descuido de sus padres. Los padres que, influenciados por la mentalidad de hoy en día, ni controlan nada, ni educan nada.

Cuando los niños, disfrazados de esas cosas, se presentan en las casas de desconocidos o vecinos, diciendo: “truco o trato”, realizan una exigencia enteramente gratuita. Es un acto hostil porque esconde una amenaza: “O haces lo que yo te digo, o ya verás”. Si no les das caramelos, te hacen una trastada. En el fondo es un chantaje. O peor, la excusa para poder hacer maldades. ¿Qué influencia nociva no tendrá sobre la frágil e influenciable personalidad de los pequeños el hecho de ir practicando, medio en broma medio en serio, una acción no buena vestido de zombi, de muerto o de ser infernal?

El niño por sí es muy vulnerable. Su mentalidad es muy sencilla, y todavía no tiene mecanismo de defensa. Acepta de buen grado todo lo que los padres le presentan.

Entonces vemos series de televisión, películas, y hasta libros de fantasía infantil, muy fáciles de leer, donde se presenta el mundo de la magia, de lo oculto, siempre en clave positiva. Hasta editoriales católicas están distribuyendo libros en esa línea.

Es un tema muy grave, porque no existe, como se afirma, magia buena y magia mala. La magia es una invocación, y ya sabemos a quién invoca, por lo tanto, no puede haber magia buena.

La mejor manera de que el mal penetre en el ambiente familiar es crear confusión. Como el pulpo que lanza una nube de tinta para confundir y despistar al agresor. Entonces, confusión de que una misma cosa puede ser buena o puede ser mala, o que nada es enteramente bueno, ni enteramente malo. Lo importante es divertirse y entretenerse. Luego, nada es tomado en serio, da igual. Así la psiquis del niño se va adormeciendo ante el problema del bien y del mal, de la belleza y de la fealdad, de la verdad y de la mentira.

Un católico no debería celebrar Halloween

Las afirmaciones de teólogos serios no dan salida: “Es la fiesta satánica más grande que el demonio jamás tuvo en su historia. Es la oposición del nacimiento de Jesús en Belén. Y lo hacen el día de difuntos porque él es el anti-santo, y al día siguiente, es el de todos los santos. Adherir a esta fiesta es adherir, directa o indirectamente, a los festejos del demonio. Muchos adhieren por ignorancia, una ignorancia culposa, por no amar nuestra fe. No dedicarse a estudiarla”.

La muerte de un ser querido nos causa dolor. Es humano. Cristo lloró por la muerte de su amigo Lázaro. En casos de auténticas tragedias, las heridas que provoca la muerte tardan mucho en cerrarse. La tristeza embarga los hogares, y el pesar puede incluso durar una vida entera. No es algo que deba celebrarse. Si tuviéramos la certeza de que el difunto está gozando de Dios en el Cielo, podríamos alegrarnos. Pero siempre los echaríamos de menos, con dolor; como la Virgen María echaba de menos a su Hijo Santísimo. No es la muerte un motivo de fiesta.

No deja de ser curioso observar cómo algunos padres no quieren que sus hijos vayan a tanatorios o cementerios, para que no se asusten con la muerte, y sin embargo los alientan a superar el natural miedo, fruto de la inocencia, en esta fiesta que cada vez manifiesta más su cariz tétrico. Pueden jugar con la muerte y con el infierno, pero el sentido cristiano de la muerte debe quedar erradicado. Pueden pasarse horas ante la pantalla viendo momias, zombies, esqueletos… pero enfrentarse con la realidad de la muerte de un abuelito, o un ser querido, eso no.

El verdadero sentido de la muerte

Sin embargo, cuanto más profundamente se observa la tragedia natural de la muerte, cuanto más apreciamos su gravedad, mejor puede comprenderse el tremendo significado de nuestra redención. Y entonces exclamar como San Pablo: “¡Oh muerte! ¿Dónde está tu aguijón?”.

No se descarta el temor a la muerte, por supuesto. Pero hay que sobreponerse con la esperanza de la vida celestial. Tenemos que esforzarnos para llevar una vida buena acorde con el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios, y de la Santa Madre Iglesia. Y siempre con confianza en la misericordia divina, que mira más nuestras honestas intenciones que del fruto que saquemos con ellas. Si alguno duda de que Dios le ha perdonado, tiene que reflexionar como San Basilio: “He odiado la iniquidad y la he abominado”. Pues aquel que aborrece el pecado, puede estar seguro que Dios ha perdonado sus miserias.

El que muere observando Sus preceptos, muere amando a Dios.  Y entonces, como el Libro de la Sabiduría reza: “Las almas de los justos están en las manos de Dios, y no los tocará el tormento de la muerte. Parecerá que morirán a los ojos de los insensatos, pero ellos estarán en paz”.

Es una fuente de bendiciones. Pensar que Cristo ha dado la vida por cada uno de nosotros, nos tiene que reconfortar que no va a permitir que caigamos fácilmente. Su misericordia se derramará sobre nosotros para afrontar la suprema hora, a la que todos estamos llamados.

Celebrar el verdadero Halloween

Algunas diócesis, parroquias, escuelas y grupos eclesiales, se organizan cada año para celebrar el verdadero Halloween, o sea la víspera de todos los santos. Se trata de una fiesta inocente y luminosa, en la cual los niños se disfrazan de su santo favorito y festejan, con oraciones, procesiones, juegos y la Santa Misa, el misterio de Salvación inaugurado por la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Aunque no sean mayoritario este género de celebraciones verdaderamente católicas, se trata de iniciativas que no pueden pasar desapercibidas, a las cuales las familias que no hayan perdido el sentido del bien y del mal deberían sumarse con entusiasmo, permitiendo a sus hijos descubrir el auténtico sentido de esa fiesta que es ante todo celebrada de manera sublime y gloriosa en Cielo.

Cerremos las compuertas del infierno que se abren gracias a la influencia nefasta de una cultura anticristiana y abramos a nuestros hijos las puertas del Paraíso.

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