En el castillo de Sulkowski, en la profunda Polonia, a finales de la Edad Media, se respiraba pesimismo, tristeza, desesperación. Los siervos se agolpaban ante la puerta de la habitación para oír rugidos y gritos de desesperación. El barón está ante las puertas de la muerte. Llevaba el viejo noble muchos años en pecado mortal. Tantos, que ya había perdido la memoria de ellos. Más allá de sus recuerdos, quedaban sus antiguas devociones: una de ellas, la devoción a San Miguel Arcángel. El barón se removía en la cama reconcomido por los remordimientos: “No hay salvación para mí”. En ese momento san Miguel hizo acto de presencia: “Por la misericordia de Dios, Él me ha permitido venir. El demonio está aquí para llevarse tu alma por justo merecimiento. Tus remordimientos son fruto de tu orgullo. No estás arrepentido. He orado ante el Trono de dios por tu desdichada alma. Por eso he venido”. Los siervos estaban atónitos por el silencio repentino de la habitación. De pronto, suenan unos golpes en la puerta del castillo. Se trataba de dos frailes dominicos, a quienes se había aparecido un joven indicando el castillo, pues decía que había allí un moribundo que necesitaba de confesión. Los dominicos entraron y confesaron al barón, quien se arrepintió sinceramente, y con lágrimas en los ojos recibió la comunión, y acto después, expiró en brazos de los dos frailes.
ÍNDICE
San Miguel es el contrincante del demonio
Según la tradición católica Dios puso a los ángeles la prueba para poder merecerle. Y les propuso el misterio de Cristo, y Dios sería hecho hombre.
Y el instante quedó roto por el grito de un ángel: “Quis ut Deus”. San Miguel clamó y, por su celo y fidelidad, arrastró a la mayoría de los ángeles hacia Dios. Su fortaleza inspiró valentía en los demás ángeles, quienes se unieron a su grito. Mientras Luzbel, luego Satanás, respondió: “Non serviam”, esto es, “No serviré”.
Desde entonces, todo cristiano, cuando se bautiza, renuncia a Satanás para alistarse a la bandera de Cristo. El bautizado, pide en primer lugar la fe, e inmediatamente después se expulsa de él al demonio. La liturgia bautismal nos demuestra la incompatibilidad completa entre el servicio de Cristo y el demonio. El cristiano se alista en la bandera de san Miguel, pero el demonio procurará recuperar lo perdido.
A una mística española, sor Josefa Menéndez, la Virgen le confió lo siguiente: “El demonio es como un perro atado con una cadena. Si no te acercas, nada te puede hacer”. La astucia del demonio consiste, pues, en atraer al hombre cerca de su territorio maldito, allí donde la cadena no queda tensada. Para ello utiliza innumerables ardides que su inteligencia angélica maquina. Para contrarrestar su acción maléfica, viene la acción de los ángeles custodios. Ellos muestran, indican y advierten al hombre sobre el maligno, para que permanezcan las almas en la bandera de Cristo. Y san Miguel es el capitán de la milicia de Dios, el primer príncipe de la milicia santa a quien los demás ángeles obedecen.
Es una lucha continua por la salvación de las almas. San Miguel y sus ángeles ven a los demonios empeñados en perdernos, y sienten que en nosotros se prolonga la lucha primera.
Guardián de la Iglesia Universal
El arcángel san Miguel representa la justicia y la lucha por el bien. Y la Iglesia católica es la institución por excelencia defensora del bien y la paz, y celosa por la gloria de Dios. Su papel en las escrituras bíblicas lo destaca como el capitán de los ejércitos de Dios, que son las fuerzas del bien en el universo. Su significado implica protección, seguridad, poder, superación de obstáculos y la destrucción del miedo y la duda. Por eso, el arcángel Miguel inspira al ser humano a vestirse con los símbolos de su armadura.
En los momentos de crisis y peligro la protección del Arcángel san Miguel se intensifica. Por ello la Iglesia debe preocuparse más de sí misma que de los peligros que la acechan. Citando a Isaías:
«Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; vuestra fuerza está en confiar y estar tranquilos; pero no quisisteis, dijisteis: “No. Huiremos a caballo”. Está bien, tendréis que huir. “Correremos al galope”. Más correrán los que os persiguen».
El arcángel Miguel advertirá a sus custodios a que cuiden su vida interior, esto es, su relación personal con Dios. Y después, llenos de confianza, que se dejen llevar por Él. Que Él les cuidará como una madre cuida a sus hijitos.