Las campanas de la Roma, la Ciudad Eterna, tañen para marcar las diez de la noche. Un Papa muy anciano caminaba por los salones vaticanos apoyado del brazo de su joven secretario. León XIII tenía 90 años. Su pontificado era el tercero más largo de la historia. Sin embargo, el pontífice no está feliz. Acusado de liberal por los ultramontanos católicos, y de conservador por los liberales. Ahora, sintiendo la muerte cercana, León XIII quiere realizar con un acto decisivo para la Iglesia católica.
La corta caminata ha terminado. En el gabinete papal espera monseñor Doutreloux, su confidente. Después de haberse sentado con dificultad, y haber despedido a su secretario, el papa mira a monseñor y le dice: “Sabemos por revelación divina que este acto apresurará las misericordias que esperamos”. Monseñor Doutreloux está un poco perplejo: “Santidad, lo dice por esa monja”. León XIII responde afirmativamente: “Tengo total certeza sobre la revelación de sor María. El Sagrado Corazón de Jesús quiere que le consagre el género humano”.
ÍNDICE
María del Divino Corazón
El 8 de diciembre de 1863 en la ciudad de Münster nace una niña en el seno de una familia de la alta nobleza alemana católica. Su nombre: María Droste zu Vichering. Pasó su infancia en el castillo de Darfeld. Desde su niñez se vio cercada por grandes consuelos interiores venidos de lo Alto. Nuestro Señor le favoreció con una ardiente devoción a la Iglesia. Al salir del castillo casi todos los días, veía las letras escritas en el dintel de la puerta: “En vos, Señor, esperé; no seré confundido”. Esta afirmación no tardó en ponerse a prueba cuando el canciller Bismark lanzó la Kulturkampf, que desencadenó una ola de persecución a los católicos. “Pues bien, todo esto aviva mi entusiasmo por la Iglesia Católica” afirmó la niña.
A los once años comenzó a sentir vocación religiosa. Pero fue cinco años después, un día que comulgó en la capilla del castillo, oyó una voz que le dijo: “Tú serás la esposa de Mi corazón”. En nada mudó su comportamiento exterior. Era una chica guapa, inteligente, buena administradora, y de carácter sumamente jovial y alegre. Internamente, las mociones de la gracia divina pasaron a ser constantes. Nuestro Señor comenzó a decirle palabras proféticas, breves y precisas, relativas a ella o a terceros. Finalmente, rezando en la parroquia, el siguiente pensamiento cruzó su mente: “Debes entrar en el Buen Pastor”. Se refería aun a orden femenina fundada recientemente por santa María Eufrasia Pelletier, dedicada a rehabilitar a jóvenes pecadoras y al cuidado de huérfanas y abandonadas. Entró en la comunidad de Münster y recibió el hábito el mismo día que santa Teresa de Liseux.
En la vida religiosa pasó a llamarse sor María del Divino Corazón. Allí residiría cinco años, curtiendo su alma a medida que lograba más fortaleza de espíritu. Vinieron las sequedades, las pruebas y los sufrimientos, disminuyendo al mismo tiempo las manifestaciones de ternura del Sagrado Corazón. Llegó a un estado similar al de Jesús en el Huerto; pero salió fuerte y acrisolada para las más altas misiones. Trasladada a Oporto como superiora sólo cinco años después, levantó la economía de dicha casa y duplicó el número de asiladas.
Dos años llevaba cuando un día le sobrevino una dolorosísima enfermedad en la médula espinal, que le duraría ya toda la vida: “El amor del Sagrado Corazón de Jesús sin espíritu de sacrificio no pasa de una imaginación. Propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús cueste lo que cueste. ¡He aquí todo lo que deseo! Mientras el demonio trabaje, no me permitiré ni un momento de reposo, aunque sólo me reste un soplo de vida”.
Mensajera del Sagrado Corazón de Jesús
En determinado momento la Providencia le incumbió a la beata una misión junto al jefe visible de la Iglesia. En la noche del 13 de octubre de 1896, tuvo una visión, y conoció las tramas urdidas contra la Iglesia. Vio una jauría de lobos enfurecidos, mientras una voz repetía la promesa divina: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella”. Y vio a Jesús que le mandaba prevenir a la Santa Sede al respecto. Acudió a su confesor, quien la despachó diciendo: “no dé consejos a Su Santidad, que ya tiene sus consejeros”.
Al año siguiente volvió Jesús a manifestarse: “Comunica al Papa León XIII que deseo que consagre todo el mundo a Mi Sagrado Corazón”. El confesor de nuevo retuvo la comunicación, hasta otro año después. La carta que la santa escribió al papa está hoy desaparecida, y nadie sabe su contenido, salvo el elemento principal: La ya mencionada consagración. León XIII quedó profundamente impresionado, pero nada hizo.
Seis meses después, Nuestro Señor ordenó a la beata María que escribiese al papa nuevamente, reiterando el pedido de consagración y la promesa de las gracias que traería consigo. Dado el incremento que tomaría su culto, el Sagrado Corazón haría brillar una nueva luz sobre el mundo. Ella vio interiormente bajar sus rayos sobre la tierra: “primero tenuemente, después con mayor intensidad y, por fin, a modo de torrentes que inundaban de luz todo el orbe”.
La Consagración se realiza
En febrero de 1899 el Papa, incluso antes de recibir los informes que mandó pedir a la Curia de Oporto sobre la madre María, decidió hacer la consagración. Primero fijó el plazo de un año, pero luego lo apresuró a cuatro meses. A través de la Encíclica “Annum Sacrum” daba a conocer oficialmente su intención. Habría un triduo los días 9, 10 y 11 de junio para preparar a los fieles para este gran acto. Y el mismo día 11 de junio de 1899, en una solemnísima ceremonia en la Capilla Paulina, S.S. León XIII leyó el acto de consagración al género humano al Sagrado Corazón de Jesús; mientras lo hacían en unión con él todos los obispos del mundo en sus respectivas catedrales.
La beata María había conseguido que en abril se aprobase las letanías al Sagrado Corazón. La víspera del comienzo del triduo comenzó a empeorar en sus dolores, y falleció unas horas después. Tenía 35 años. Su cuerpo se conserva incorrupto en el monasterio de la orden en Ermesinde.
A continuación, transcribimos un párrafo de la Encíclica de León XIII:
«El hombre ha errado: que vuelva a la senda recta de la verdad; las tinieblas han invadido las almas, que esta oscuridad sea disipada por la luz de la verdad; la muerte se ha enseñoreado de nosotros, conquistemos la vida. Entonces nos será permitido sanar tantas heridas, veremos renacer con toda justicia la esperanza en la antigua autoridad, los esplendores de la fe reaparecerán; las espadas caerán, las armas se escaparán de nuestras manos cuando todos los hombres acepten el imperio de Cristo y sometan con alegría, y cuando «toda lengua profese que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre»» (Fil. 2,11).