“Ganarás el pan con el sudor de tu frente… hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás”.
Génesis, 3:19
ÍNDICE
El Carnaval tiene hondas raíces en países profundamente católicos
Es una verdad irrefutable que a nuestra muerte nuestro cuerpo se degradará y nada nos llevaremos con nosotros, salvo las obras que hayamos hecho, sean estas malas o buenas.
Antiguamente, el Carnaval eran los tres días antes del Miércoles de Ceniza, y el martes de carnaval es especialmente el punto álgido, el clímax, la fiesta de las fiestas y, cuando todos creen que la alegría no va a tener fin, suenan las campanas… ya es miércoles de ceniza: el toque de la campana. Los toques de la campana son como los ángeles que llaman a la penitencia y a la mortificación… porque recuerda que eres hombre y has de morir. Tienes que librarte de la segunda muerte, como dice el Apocalipsis, una manera metafórica de calificar la condenación.
Podemos ver en el Carnaval y en la Cuaresma como un claro símbolo de la finitud de la vida. Es decir, la vida termina “memento mori”, recuerda que morirás, y tendrás que rendir cuentas, pero si antes has sido justo, has llevado una vida de alegrías lícitas y moderadas, que no quitan los sufrimientos, habrás ganado la recompensa eterna. La vida es efímera y vacía sin Dios. Te agarras a placeres pequeños y pasajeros, y al final, los buenos momentos que has pasado es lo que vale. Pero esto es absurdo.
El Carnaval no es sólo diversión, es una metáfora del transcurrir del existir. Podemos disfrazarnos, comer con moderación… pero al otro día llegará el recuerdo de lo inexorable de nuestra existencia, y con ella, la penitencia y el recuerdo de la finitud de nuestra vida. La realidad es esta: el cristianismo, cuya civilización tiene dos mil años, consagró esta fiesta. El gran antropólogo español Julio Caro Baroja denominaba esta fiesta como “el hijo pródigo del cristianismo”. Porque sin la cuaresma, no habría carnaval. Por eso es absurdo separar estas celebraciones de la religión.
El olvido de Dios
La primera realidad que el hombre ha de tener en cuenta es la existencia de Dios y su pertenencia a Él. El hombre pertenece a Dios, porque ha sido creado por Él. Una vez que al Carnaval se le ha desprovisto de su verdadero sentido, ésta es la máxima realidad olvidada. El rey David llamaba al mundo, tierra del olvido. Y exclamaba: “El insensato ha dicho en su corazón: No hay Dios”. ¡Cuántas personas hay hoy en el mundo para quienes Dios es un desconocido! Nadie se acuerda de Dios en el mundo, ni los padres, ni los hijos, ni los adolescentes, ni los jóvenes, ni los hombres, ni las mujeres, ni los pobres, ni los ricos. Y el rey David continuaba lamentándose amargamente: “El mundo no quiere comprender a Dios, por no obrar bien. No han guardado la alianza del Señor, no han querido andar dentro de su Ley”.
Es un crimen enorme olvidar a Aquel que no puede ser ignorado. Todo nos habla de Dios en el universo, en la tierra, en el Cielo… Dios está visible en todas partes, por sus admirables obras y su providencia. Y el único ser, creado a Su imagen y rescatado con Su sangre, no le ve. Entonces, el hombre piensa, sin cesar, en dioses extraños: la avaricia, la ambición, la impureza, el orgullo.
Los hombres han olvidado los beneficios de Dios y las maravillas que ha manifestado, de sus prodigios y no se han sujetado a sus consejos. Jeremías lo dice muy claro: “Habéis olvidado y abandonado al Señor vuestro Dios, para beber aguas cenagosas, las aguas del río de Babilonia”. Y luego Dios responde por el profeta Oseas: “Me olvidaré de aquellos que se olviden de Mí”.
La frustración de la vida
La corrupción del corazón y el amor del mundo. Es la influencia que ejercen el escándalo, el mundo, sus errores, sus falsas máximas y su moral complaciente y criminal. Al final, desemboca en la pérdida de fe.
El camino de esta vida está sembrado de aflicciones, no hay entre los hombres ningún bien real y sólido: todo está lleno de imperfecciones. Las riquezas son un lazo, ascender en la vida es un sueño banal y la gloria es humo. La belleza no dura más que un día y desaparece como un relámpago. El matrimonio es esclavitud y el trabajo es una pena. Las plazas públicas son escuelas de vicios. En el mundo todo es estorbo, vanidad, indigencia, falsedad.
San Agustín era enteramente consciente de esta tristeza: “Los que lloran, lloran en vano; y los que se ríen con las vanidades, se ríen de su propia desgracia. Están en un error, porque se alegran cuando habrían de afligirse, y se ríen cuando deberían de llorar. Se parecen a los niños que juegan y ríen hasta cuando los padres mueren. Es como un carnaval continuo, pagano y ateo lo que muchos tratan de vivir todos los días¨.
Volver a Dios
Aplastar un poco la materia para liberar el espíritu y no al revés. La Cuaresma es elevarnos, como hombres, para acercarnos más a Dios. Y en esta elevación debemos soltar los lastres. Estos lastres que nos pesan, como una tonelada, son los pecados, que se sueltan con el arrepentimiento, el perdón de Dios y la enmienda sincera de vida.
“Hijos rebeldes, convertíos a Mí”, dice Dios a través de su profeta Jeremías. La contrición debe ser un pesar superior a todos los pesares, porque el pecado es el mayor de todos los males. De hecho, él sólo es el único mal. La verdadera contrición abraza el pasado y el porvenir, el pasado para detestar las caídas, el porvenir para evitarlas. “Negra soy, pero hermosa”, dice la esposa del Cantar de los Cantares. El alma pecadora es negra, pero se vuelve hermosa por medio de la conversión y la penitencia.
Y cuando el alma se convierte… ¿Qué es el pecado en presencia de la misericordia divina? – se pregunta san Juan Crisóstomo- Una telaraña que nunca resiste al viento. Y al pecador convertido, el Señor le otorga nueve dones, según cuenta Ezequiel: “Derramaré sobre vosotros agua pura, y quedaréis purificados, y la tierra yerma será cultivada; un corazón nuevo, un nuevo espíritu, abundaréis en buenas obras, viviréis en el seno de Mi Iglesia, seréis Mi pueblo y Yo seré vuestro Dios, Os protegeré para siempre”.
Tenemos que ver el Carnaval como una noche que anuncia un formidable amanecer que es la Cuaresma. Es en realidad un pórtico por el que entramos a los cuarenta días de sacrificio que precederán a la Pasión y a la gran fiesta del cristiano, que es la Resurrección.