Dos frailes capuchinos marchan por el camino que va hacia Gaucín, en la serranía de Ronda. Tienen un encuentro con el panadero, que lleva un borrico con su carga. Éste, nada más verlos, empieza a pensar en una excusa por si le piden pan. Y así como pensaba, sucedió. El fraile más veterano, después de saludarle amablemente: “Hermano, ¿puede darme un poco de pan para mi compañero, que no puede más?” Y respondió el panadero: “¡Qué pan ni qué pan! Lo siento mucho, padre, pero son calabazas”. El fraile insistió amablemente; pero el panadero se confirmaba en la mentira de que eran calabazas. “Bien”- repuso el capuchino- “Queda en paz con tus calabazas”, y dicho esto tocó la mercancía, tapada con una lona, y bendijo al borrico. Al llegar al pueblo, el panadero comenzó a gritar: “pan, pan, pan”. Quitó la lona, y atónito contempló que donde había pan, estaba todo lleno de calabazas, aunque en forma de panes. El fraile capuchino: el beato Diego José de Cádiz. El ayuntamiento confiscó la milagrosa carga y sembraron de pipas de esas calabazas por los campos de la comarca. Hasta hoy en día se les llama “las calabazas de fray Diego”.
ÍNDICE
Fray Diego

El siglo XVIII es un siglo muy triste, el de la Revolución francesa, un siglo donde escasean los santos. Curiosamente, Dios suscitó en esta difícil época una vocación franciscana, un predicador excepcional, con un don de profecía fuera de serie. Después de haber sido rechazado por dominicos, por poco inteligente, fray Diego fue recibido por los capuchinos. Entonces, su entendimiento se abrió. Fue el prototipo de predicador español: cerril, aferrado a la intransigencia en materia de fe y moral, y enemigo acérrimo de toda ideología contra la Iglesia. Pero a todo ello, había que añadirle el adjetivo de truculento, es decir, que causa cierto susto en la primera impresión.
Pueblo de montaña, puerto de mar
Medina Sidonia está ubicada en una montaña a cuatrocientos metros sobre el nivel del mar. Hacia allí marchó a predicar el beato. Llegado a lo alto miró al horizonte, y comenzó a llorar. Abajo se divisaba Cádiz, y numerosas poblaciones como San Fernando. Su acompañante le preguntó: “¿Por qué lloráis?”. A lo que el santo respondió: “Días han de venir que la ira de Dios apagará Su misericordia, y el mar sepultará todas estas ciudades que veis, y aquí donde estamos, será puerto, no de montaña, sino de mar. En este lugar han de amarrar los barcos”. “¿Cuándo ha de ser?”- preguntó el acompañante, alarmado. “Cuando no quieran convertirse”.
Los malos hombres
El beato Diego José tenía por costumbre predicar llevando en su mano derecha un Cristo crucificado. Sus predicaciones duraban en ocasiones dos horas, y no soltaba el crucifijo en ningún momento. Salvo en una ocasión. Estando en Jerez de la Frontera cinco hombres habían acudido a la plaza por curiosidad, para oír predicar al santo. Habían planeado perpetrar un robo de consideración. La predicación del santo capuchino curiosamente tocó en algún momento este punto, y se echaron a reír. Entre todo el público el fraile les divisó, y arrojó su crucifijo sobre ellos, que impactó sobre uno de los canallas. Quedaron atónitos, mientras todos los presentes les miraban, y el silencio se hizo en el auditorio. Un fiel devolvió al santo el crucifijo. La predicación continuó. Aquellos duros corazones estaban en shock. Al día siguiente buscaron al santo, y se confesaron con él. Lloraron arrepentidos sus culpas. Dos de ellos se hicieron frailes en diferentes órdenes religiosas.
Aviso a Sevilla
Quizás la ciudad más festiva de Andalucía. Tenía por aquel entonces un digno obispo que había tratado de poner freno a ciertos desmanes festivos poco respetuosos. Sin embargo, un año el teatro representó una sátira de muy mal gusto contra el clero. Llegado fray Diego se encontró con el escandaloso espectáculo. En el primer sermón su don de profecía brilló para anunciar el enfado de Dios: “Os habéis divertido a costa de los sacerdotes de Dios, habéis abusado su respetable traje, os habéis burlado de la santa moral de Jesucristo. Pues en su nombre os digo: días vendrán y no están lejos, en que buscaréis despavoridos a los sacerdotes, y no los encontraréis, les llamareis a gritos, revolcándoos en vuestros lechos, y no os responderán”. Y la profecía se cumplió: tres años después una epidemia cruel se desató sobre Andalucía. La fiebre amarilla causó una altísima mortandad en la ciudad de Sevilla.
No quiero que los reyes se acuerden de mí
La lucha de su vida fue contra las ideas ilustradas y el pensamiento laico en general. Esto le trajo muchas enemistades por parte de las autoridades, incluso eclesiásticas, donde las sociedades secretas habían arraigado con enorme fuerza. Decidió el santo acabar con las persecuciones de raíz, y se presentó a la familia real y a la corte en Aranjuez. Los ministros y los hombres influyentes consiguieron que el fraile no tuviera acceso al rey Carlos III, pero el santo sí se ganó el ánimo de la princesa de Asturias, la futura reina María Luisa de Parma, esposa del que será Carlos IV. Pasaron los años y las ideas que iban a cuajar en la Revolución francesa siguieron cruzando los Pirineos. Fray Diego vio con claridad hacia dónde se iría a parar aceptando esas ideas, disfrazadas de maneras galantes: la pérdida de Dios en las inteligencias, a la que luego seguirá la pérdida de Dios en las costumbres. La España tradicional que se derrumba, y la España revolucionaria que se abre camino. De nuevo decidió volver a la corte para influir en la clase dirigente. A mitad camino le cuentan la noticia de que Godoy había sido nombrado valido. Entonces perdió toda esperanza. Se dio media vuelta y afirmó: “No quiero que los reyes se acuerden de mí”. Cuando la familia real viajó a Sevilla, el capuchino no quiso acudir a verlos.

Anuncia su canonización
Poco antes de morir, al fraile que le acompañaba, le confió su deseo de ser enterrado en Ronda, junto a la patrona, la Virgen de la Paz. El acompañante le preguntó: “¿No prefiere en uno de los conventos de nuestra orden?”. Respondió: “Los nuestros, poco me quieren, y cuando muera nada me querrán”. Y continuó: “A los ojos de Dios soy un miserable pecador, pero a los ojos de los hombres, me han de ver como santo. Y seré canonizado, pero no en estos tiempos, sino cuando empiece una nueva era de amor a nuestra Virgen Santísima”.
Tras su muerte la invasión napoleónica llegó a España. Y las zonas donde predicó con más fuerza fueron aquellas donde la resistencia y la reacción fueron mayores. Mientras las clases dirigentes se dejaron llevar, fue el pueblo llano, que había asistido a las predicaciones del beato Diego José de Cádiz, quien convirtió la península en un infierno a los invasores.
1 comentario en “Beato Diego José de Cádiz. el Fraile temible”
Gracias por sus publicaciones, nos ilustran mucho acerca de los protagonistas de nuestra fe y de los acontecimientos poco conocidos. Sigan haciendo este trabajo, felicidades